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Eltit, Diamela
En esta nueva novela, Diamela Eltit se muestra tan infatigable como siempre y más aguda que nunca para retratar los desmanes de un sistema decrépito y fallido: aquel en el que a sus eslabones más débiles se les niega la posibilidad de tener un sitio digno donde vivir. Una pequeña comunidad obrera de una ciudad sin nombre, ciudad que podría ser cualquiera de las que proliferan en el siglo XXI, aguarda la intervención inminente de la Compañía para llevar a cabo la Deportación en mitad de la noche, es decir: el desalojo forzado de una veintena de casas levantadas en unos terrenos que serán muy valiosos cuando se expulse a los vecinos –,«cuerpos que son una falla inadmisible» del espacio que habitan–, y desaparezcan las viviendas. Pero la noche, cómplice necesaria para acometer el desahucio, es el medio natural de la Búha, una majestuosa guardiana que, encaramada a la rama de un baobab, vela por los destinos de esas gentes: vigila incesante porque se ha propuesto detener la entrada de los camiones e inventar algún ardid para disuadirlos de su misión. A través de la narración de la Búha, asistimos al desfile de una serie de personajes que harán frente común para defender el vecindario, la Cuadra, que se erige casi en un personaje más de esta historia. Una fábula de resonancias bíblicas en la que los acontecimientos narrados, lejos de afianzar la fe en dios, confirman que éste hace mucho que se desentendió de los desasistidos del mundo. Eltit, punzante y visionaria, irónica, plebeya, empática y magistral, no olvida la dimensión poética de sus criaturas y nos brinda una novela plagada de imágenes poderosas y certeras, verdaderos asideros a la hora de reflexionar sobre si el implacable mundo de nuestro presente es el mundo en el que queremos vivir.
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Eltit, Diamela
La protagonista en Fuerzas especiales es una joven deun barrio marginal que se prostituye en un cibercafé, en medio de una vida llena de dificultades. El telón de fondo es un grupo de bloques sitiado por las fuerzas especiales de la policía. Pero, en un juego de palabras desafiante, las fuerzas especiales del títuloson también las que se necesitan para resistir cuando se vive en los márgenes de la sociedad bajo tantasformas de represión y control. La violencia y las marcas que deja en el cuerpo (también en el cuerpo social) son habituales en Eltit, quien construye este desasosegante texto sobre todo tipo de materiales de derribo: la brutalidad, los frustrados deseos familiares,los asedios de la policía (cuya presencia es constante y amenazante) pero también la dignidad.
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Eltit, Diamela
En El cuarto mundo, tercera novela en la fecunda trayectoria de Diamela Eltit, un hermano y una hermana gemelos compiten por la atención del lector del mismo modo en que, antes de nacer, competían por el espacio en el vientre materno, lugar de enunciación elegido por la escritora para hacer hablar a sus personajes en el arranque de esta historia. Tal y como acostumbra, sirviéndose de un lenguaje lírico que desafía y cautiva, Eltit explora los límites de la narración para abordar con espíritu crítico el universo familiar y la maternidad, la construcción del género, los roles socialmente asignados a hombres y mujeres o la materialidad del cuerpo femenino como centro de las relaciones de poder. La novela se publicó en 1988, todavía en el contexto de la represión dictatorial chilena. Eltit describe en estos términos lo que era hacer literatura en aquel período aciago: «Escribí en ese entorno, casi diría obsesivamente, no porque creyera que lo que hacía era una contribución material a nada, sino porque era la única manera en la que podía salvar mi propio honor. Cuando mi libertad -no lo digo en sentido literal, sino en toda su amplitud simbólica- estaba amenazada, me tomé la libertad de escribir con libertad. Pero eso tampoco reparó ni las humillaciones, ni el miedo, ni la pena, ni la impotencia por las víctimas del sistema: escribir en ese espacio fue algo pasional y personal. Mi resistencia política secreta. Cuando se vive en un entorno que se derrumba, construir un libro puede ser quizá uno de los escasos gestos de sobrevivencia». «La obra de Eltit es consecuente con la frustración política causada por el fracaso lingüístico que resulta de la imposibilidad de hacer comprensible la experiencia revolucionaria con una lengua que ya no circula socialmente. Quizá sean la perfección y la radicalidad de ese fracaso las que constituyen el principal triunfo de su obra.» Patricio Pron, Letras Libres «Literatura originalísima y de calidad para lectores vivos y valientes.» Ascensión Rivas, El Mundo
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Eltit, Diamela
Sumar relata una marcha, que parece interminable, de vendedores ambulantes que avanzan por la ciudad y la Historia hacia «la moneda» (con minúsculas, jugando con la relación entre el centro de poder, el Palacio de La Moneda, y esa «monedita» que piden algunas voces). En esta exigente novela conviven el lenguaje popular y el lenguaje culto: ambas formas confluyen para dar tensión al texto. Incluso tensión política. Los nombres de algunos de los personajes principales remiten a distintos luchadores y obreros del Chile de principios del siglo xx, y el carácter asambleario del relato nos recuerda algunas prácticas necesarias no tan lejanas en el tiempo. Carentes de esperanzas, los trabajadores del mundo repiten a diario la tragedia de la explotación capitalista. Este usufructo de toda capacidad humana se intensifica cuando el sujeto es su propio explotador, tal es el caso de los vendedores ambulantes, quienes toman la palabra en Sumar para reunirse con otros ciudadanos vejados por un orden estatal que parece divino y comenzar su marcha.
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Eltit, Diamela
En Fuerzas especiales, décima novela de su autora, la protagonista es una joven de un barrio marginal que se prostituye en un cibercafé, en medio de una vida llena de desgracias familiares. «Voy al cíber a buscar en las pantallas mi comida. Todos se comen. Me comen a mí también.» El telón de fondo es un grupo de bloques sitiado por las fuerzas especiales de la policía. Pero, en un juego de palabras triste y a la vez desafiante, las «fuerzas especiales» del título son también las que se necesitan para resistir, para sobrevivir cuando se vive en los márgenes de la sociedad bajo tantas formas de represión y control. La violencia y las marcas que deja en el cuerpo (también en el «cuerpo social») son habituales en las novelas de Eltit, quien construye este desasosegante texto sobre todo tipo de materiales de derribo: la brutalidad, los frustrados deseos familiares, las enfermedades, los asedios de la policía (cuya presencia es constante y hace vivir amedrentados a todos los habitantes). También es habitual en sus novelas una forma de lo obsceno que va más allá de su acepción sexual y se encarna, nunca mejor dicho, en lo horrible, en lo temible, en lo que se debe evitar o esconder. En este libro triste y oscuro, pero necesario, donde las voces populares construyen el relato de un modo casi bíblico, se castiga como en la realidad y como (precisamente) en el Antiguo Testamento: con total dureza. Pero a pesar de que los desheredados de la tierra siempre lo serán, tratan también de sobrevivir dignamente (y de un modo muchas veces emocionante) en medio de un mundo con armas cada vez más sofisticadas, con nuevas formas de matar. Conviven entre sí, se sobreponen a su destino, nunca son indiferentes. Es más, según avanza la novela, la inteligencia y la lucidez de la protagonista nos hacen albergar alguna esperanza.
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Eltit, Diamela
El título de esta subyugante y demoledora novela nace de un enigmático verso del poeta César Vallejo y anticipa, de algún modo, la historia de una pasión (de un fuego) nacida bajo el signo del fracaso, además de esa otra historia, más allá del umbral de la muerte, de un proyecto revolucionario de izquierda derrotado. Los protagonistas, una mujer (que relata para nosotros) y su compañero, parecen instalados en un tiempo que ya no es su tiempo, el nuevo siglo, el nuevo milenio y, desde él, revisan la futilidad de su aventura y la muerte de su hijo. Todo ello en el espacio reducido de una habitación que es un mundo con un orden, diríamos, propio y casi fantasmal: el espacio adecuado quizá para hablar de decadencia de las ideologías y de los cuerpos. Gracias a una prosa que no teme a la convulsa belleza que André Breton reclamaba, Diamela Eltit arma un relato de una efectividad impresionante: una suerte de obituario definitivo para una experiencia compartida, un fracaso en el que cohabitó toda una generación que creyó en un proyecto social y revolucionario luego frustrado. La lectura de Jamás el fuego nunca supondrá, para cualquier lector, una experiencia literaria de primer orden.
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