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Carrère, Emilio
El legendario escritor y poeta Emilio Carrère, autorde La torre de los siete jorobados, Del amor, del dolor y del misterio o El caballero de la muerte, vestido de riguroso negro, capa de terciopelo y pipa, atraviesa la urbe como guardián de los siglos. Es el poetade la golfemia del que se dice que cada noche hablacon el espíritu de Verlaine. «Yo soy un hombre triste, altivo y solitario a quien brinda la luna su ajenjovisionario...», se describe a sí mismo en El caballero de la muerte. Para él, acostumbrado a perderse enla noche, no hay brújula que valga, solo el alba amenazante. Conoce cada rincón y hasta los sonidos de lascampanas. Es un paseante, pero también un detective.Se detiene y respira, mira a su alrededor y, sobre todo, a lo alto, a las ventanas abiertas. Edificios que recortan el cielo, misterios y casas aterradoras, plazas y plazuelas de la Inquisición, motines, crímenes, los interminables subterráneos árabes que tanto leobsesionaron y que cruzan el subsuelo de una ciudadque jamás duerme, todos esos antros, tabernuchas y cafés de los que es habitual. Sus colegas son poetastros, hampones, sablistas y hetarias («Son tus buenos amigos los hampones –dirán de él en la prensa–, los viejos mendigos, las rameras, los hijos del fracaso, tuespíritu es hermano de los negros vencejos, los perros vagabundos olfatean tu paso»). Todos los que se llaman bohemios o aspiran a serlo, cuando se instalan enMadrid en busca de fortuna literaria, llaman a su puerta en busca de un consejo o una recomendación. Incluso ir de su mano a visitar alguno de los numerosos cementerios que pueblan la capital, auténticos campossantos desastrados, con tumbas a medio salir e incluso chabolas apoyadas en sus muros.
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Carrère, Emilio
El ingenioso Carrère perteneció a aquella generación perdida de «La Novela corta», aquélla de López de Haro, de Tomás Borrás o de Hoyos y Vinent, de cuyas famosas tertulias del té, allá por 1905, fue un asiduo (también, en aquella casa de la calle Marqués de Riscal, coincidiría con la Pardo Bazán, con Manuel Machado y con Villaespesa). En definitiva, una generación de tranvías, de toreros y teatros, de medias tostadas, de cupletistas y de tertulias con veladores y de reservados de peluche rojo donde regalar a las queridas. Todo un submundo que él puso a disposición de sus lectores, quienes de inmediato se reconocieron en su tiempo y pasaron a ser sus protagonistas. Soguillas, bigardos, sablistas, rameras, hampones, pícaros y comadres forman parte del tugurio poético y novelesco de la producción carreriana, tan en consonancia con aquel teatro español del XVII con atrezzos del XIX.
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