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Steadman, Ralph
Diálogos hilarantes y trazos caricaturescos dan vida a esta atípica biografía sobre Sigmund Freud. Con agudo humor inglés, Ralph Steadman interpela los momentos más célebres de la vida del psicoanalista austríaco, reinventando escenas a la medida del trazo de sus caricaturas: el Freud de costado más humano, desnudo ante sus propias ansiedades, angustias, amores y… ¡chistes! «En contra de lo que muchos creen, Sigmund Freud tenía sentido del humor», sostiene Steadman, que aprovecha el libro de Freud sobre el chiste y su relación con lo inconsciente, como base para un doble homenaje: al humor y al padre del psicoanálisis. Freud, Jung, Lou Andreas Salomé: todos ellos reinventados por el fino trazo de tinta y lápiz de Steadman, que, travieso, pasa del dibujo al texto con la misma jocosidad. En diálogo, Freud hacia Jung: —¡Maldita sea! ¿Te has tirado un pedo? —Claro que me lo he tirado. ¿O acaso crees que siempre huelo así? La puerta para ir a jugar se abre luego de la reverencia, en la cual Steadman reconoce la lucidez de quien hace uso de los inteligentes mecanismos del chiste aun en situaciones extremas. Dijo Freud: «Qué progreso hemos logrado. En la Edad Media me habrían quemado en la hoguera. Ahora se contentan con quemar mis libros».
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Steadman, Ralph
En este diario de un genio, la voz de Leonardo nos invita a recorrer su mundo más íntimo: sus obsesiones, sus inventos, los encargos artísticos de los monarcas, la rivalidad con Miguel Ángel, la génesis de La Última Cena, los encuentros con la Mona Lisa, de los que nacería ese ícono pictórico de belleza y sensualidad: «Había aceptado pintar el retrato de una dama cuyo rostro era de otro mundo […]. Para contentarla y hacerla sentir a gusto, contraté a un grupo de juglares para que, en su rostro —pero sobre todo en su corazón— hubiera siempre una sonrisa».Con destreza inigualable en el manejo de la tinta, Ralph Steadman recrea la atmósfera artística y la situación política de su tiempo, a la par que, con trazos cargados de fino humor, da vida a los personajes más influyentes en quien ha sido considerado como el modelo de sabio renacentista. Stedman desarrolló una gran obsesión por Leonardo, fijación que lo llevó a pintar su propia versión de La Última Cena en la pared de su dormitorio, a construir una máquina equivalente a la de Leonardo, que logró alzar el vuelo, y a recorrer aquellas ciudades y paisajes italianos transitados por Da Vinci, tratando, así, de imaginar cómo era habitar la mente imaginativa de un espíritu sin límites. Inmerso en la creación del libro, Steadman dijo: «Me convertí en Leonardo. Sin tener que leer a Kenneth Clark».
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