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Hassel, Sven

“Bueno, dijo Augberg, con tono que no admitía réplica. Tengo intenciones de sacaros de este infierno. Podéis seguirme o quedaros. Solo nos llevaremos las municiones y las armas. Os desligo del juramento a la bandera, y si me seguís, no tengo nada que prometeros. Pero si os quedáis, os consumiréis en una prisión rusa y ya sabéis como tratan los rusos a sus prisioneros. En caso de lograr nuestro empeño, algunos de vosotros tendrán, sin duda, la suerte de llegar a las líneas alemanas, al otro lado del Don. Están a ciento veinte kilómetros: dos o tres jornadas de marcha, pero aquí será duro, no lo dudéis. Una marcha hacia la muerte. Únicamente los más fuertes de vosotros tienen la posibilidad de salvarse. Esto es todo cuanto tengo que deciros”. Dio media vuelta y se fue hacia el Oeste, cara al sol que rojeaba. El Viejo fue el primero en levantarse, columpiándose sobre sus piernas arqueadas, se dispuso a seguir al general de las SS. Uno tras otro, nos fuimos levantando lentamente…
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Hassel, Sven

-Es una mancha en el honor del soldado alemán, que quede un solo polaco con vida en Varsovia –gritó Himmler dirigiéndoseal Obergruppenführer Berger-.¿Por qué no ha cumplido usted mis órdenes? Quiero que esos cerdos sean destruidos. Hace tiempo que e
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Hassel, Sven

'En el Stalingrado en que se ha convertido Normandía, cincuenta mil hombres han caído prisioneros y cuarenta mil han muerto. Del 27º. Regimiento Panzer, el 80 por ciento de los efectivos ha desaparecido, lo que queda es enviado a París por motivo desconocido''. Con un placer apenas disimulado, el Generalfeldmarschall Herr Von Rundstedt informa al Gran Cuartel General que han desembarcado ya un millón ochocientos mil anglosajones, que luchan contra doscientos mil alemanes. Cada división blindada ya solo posee entre cinco y diez tanques, los regimientos se han derretido hasta convertirse en compañías. La situación es desesperada: El viejo Rundstedt, que nunca pierde la calma, enloquece y aprieta el receptor del teléfono hasta destrozarlo. - ¡Hay que terminar, y enseguida, malditos cretinos! ¡Es lo único sensato que se puede hacer! ¡Tendríais que estar todos en un manicomio! Tira el teléfono al suelo, que se hace añicos, y se abrocha con rabia su capote de infantería, virgen de toda condecoración, pese a que es el hombre más condecorado de Alemania. El Generalfeldmarschall Von Rundstedt solo se pone sus medallas obedeciendo órdenes. Se encasqueta su alta gorra militar y saluda a sus oficiales. - Hasta la vista, caballeros. Mañana tendrán ustedes sin duda un nuevo jefe, o no conozco a ese ''cabo de Bohemia''.
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