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Genet, Jean
Pompas fúnebres (1947) es la tercera novela de Jean Genet y la primera que escribió fuera de la cárcel, con la intención expresa de rendir homenaje a su joven amante Jean Decairn, combatiente de la Resistencia muerto en las barricadas de París en los días de la liberación». Pero, si ésta es la «meta confesada», el libro tal vez tenga, declara su autor, «otras muchas secundarias más imprevisibles». Pues ¿adónde puede conducir el duelo cuando, para retener al amante asesinado, para que siga viviendo dentro de quien lo llora, deban ofrecerse a su memoria las «historias monstruosas» de sus asesinos?
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Genet, Jean
Jean Genet escribió Santa María de las Flores en 1942, en la prisión de Fresnes, y la escribió, según dice, «para hechizo de mi celda», y quizá, secretamente, para «comprobar cuál puede ser el método mejor [...] para no sucumbir también al horror, llegado el momento». En este espacio embrujado del preso que espera con terror su juicio y su condena, se conjuran, pues, solo «golfos de la peor calaña», héroes «sin heroísmo alguno que les pueda conferir alguna nobleza», santos «siempre obligados a amar lo que aborrecen. Genet entró en la mitología y en la poesía del siglo xx con esta novela que aún hoy sigue siendo un referente de la vida «aparte» y de la transformación de la vergüenza en orgullo.
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Genet, Jean
Tras la reedición en 2021 de «Diario del ladrón» en Francia, siguiendo el texto original de 1948 y recuperando términos, frases y hasta párrafos censurados en su momento por pornográficos, se hacía urgente una nueva traducción de este monumento poético y erótico de la literatura del siglo XX. «1932. España estaba entonces llena de parásitos, sus mendigos. Íbamos de pueblo en pueblo, por Andalucía porque hace calor, por Cataluña porque hay dinero, pero todo el país nos era propicio. Así que fui un piojo más, y con conciencia de serlo. En Barcelona frecuentábamos sobre todo la calle del Mediodía y la calle del Carmen. A veces dormíamos seis en una cama sin sábanas y al amanecer íbamos a mendigar por los mercados. Salíamos en grupo del Barrio Chino y nos desperdigábamos por el Paralelo con un cesto colgado del brazo porque las amas de casa preferían darnos un puerro o un nabo antes que un céntimo. A eso de las doce volvíamos con lo cosechado y nos preparábamos una sopa. Voy a describir las costumbres de los parásitos.»
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Genet, Jean
A mediados de los años cincuenta, Jean Genet, de cuarenta y cinco años, conoce al jovencísimo acróbata de suelo y malabarista Abdallah Bentaga. Muy pronto lo convierte en su amante y en su protegido, incitándolo a transformarse en un funambulista, es decir, el acróbata de más prestigio, el artista de circo de mayor gracia y elegancia, pero también el más cercano a la muerte. Vive con él una bellísima historia de amor y un periodo enormemente creativo. Y para él escribe este texto, un largo poema de amor en prosa y, además, una suerte de teoría estética: variaciones sobre una dramaturgia del circo, el teatro y la danza, reflexiones sobre el artista en el mundo, la soledad y la ambivalencia del actor, el ir y venir entre el olvido y la gloria, la luz y la sombra, la apariencia y la realidad. Como el cable de acero del funambulista, Genet tensa las palabras, las hace brillar, las destila para su amante, y escribe uno de sus textos más perfectos. Tras una grave caída en un espectáculo, Abdallah abandonó la acrobacia y, al poco, Genet, en cierto modo, lo abandonó a él. Sintiéndose fracasado, el joven funambulista se suicidó en 1964. Genet, que se consideraría responsable el resto de su vida, fue precisamente quien encontró el cadáver junto a la policía, alertada por los vecinos... y sólo después del entierro, cuando volvió a su hotel, pudo llorar. Hacía treinta años que no lloraba.
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