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Cunninghame, Graham
Robert Cunninghame Graham es un misterio fascinante para un sedentario como yo. El caballo, animal peligroso, al cual propicio con manzanas y azúcar cuando no lo puedo evitar, lo monta y domina intrépidamente, pero con un verdadero sentido republicano de los derechos del prójimo cuadrúpedo, cuyo martirio, y la vergüenza del hombre ante ello, ha contado vigorosamente en su Calvario, un cuento con un filo que cortará los corazones blandos de los crueles y sacará chispas a los corazones duros de los bondadosos. Esgrime las demás armas mortíferas con la misma familiaridad que la pluma: la espada medieval y el fusil moderno son para él lo mismo que los paraguas y las cámaras fotográficas para mí. Sus cuentos de aventuras tienen el verdadero toque cervantino del hombre que ha visco lo que cuenta, tan estimulantemente distinto de las escenas imaginadas por los crueles oficinistas que escapan de su servidumbre hacia la literatura, para decirnos cómo conciben a los hombres y a las ciudades en las oficinas y en el Cuerpo de Voluntarios. Entiendo que es un hidalgo español: de allí la excelencia de su retrato que pintó Lavery (no disponiéndose ya de Velázquez). Sé que es un hacendado escocés. Cómo se las ingenia para ser auténticamente ambas cosas a la vez me resulta todavía menos comprensible que el saber que cuanto le ha ocurrido parece haber sucedido en Paraguay o Texas y no en España o Escocia. Lamento añadir que es un elegante incorregible y desenfadado: semejantes zapatos y semejante sombrero habrían deslumbrado al mismo D'Orsey. Con ese sombrero me saludó una vez en Regent Street cuando yo caminaba con mi madre. El interés de ella se despertó al punto y sobrevino la siguiente conversación: –¿Quién es ése? –Cunninghame Graham. –¡Qué necedad! Cunninghame Graham es uno de tus socialistas: ese hombre es un caballero. G. Bernard Shaw
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