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Agustin, Santo

Nadie en la edad del juicio será capaz de negar la omnipresencia del mal en el mundo: todos los días vemos sucederse catástrofes y calamidades que siembran dolor y muerte, no menos notoria es la contumacia con la que los hombres dañan, injurian, hieren, matan. Los infamantes deseos de los hombres, su turbia primacía respecto de la voz de la razón, obsesionaron a San Agustín, que veía en elllos el manantial del que brota el mal. El filósofo y padre le hizo frente al gran desafío intelectual que aquella omnipresencia, la del mal, supone para el pensamiento cristiano: ¿cómo absolver no ya al hombre, sino a Dios, al buen Dios?
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Agustin, Santo

El largo y sinuoso camino hacia la conversión, salpicado de obstáculos ante los que muchos desisten, lo describe San Agustín con un detallismo autobiográficocapaz de encender incluso al ánimo más escéptico.Hayquienes encuentran simpre en el exterior a los enemigos más feroces, tales que sirven de pretexto para noemprender el camino recto y caminar con paso resueltopor su firme, ya se llamen aquellos maniqueos, o rétores, o todavía más sencillo, los amigos de las tabernas.San Agustín no es amigo de esta clase de enjuages. Consciente de que son muchos los peligros que hay al acecho, recuerda en todo momentoque solo individualmente, en un procesode autoconciencia marcado por laculpa(y la esperanza de redención), se es capaz de derrotar al verdadero enemigo: el yo de todas las vanidades.
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Agustin, Santo

Es un hecho incontestable que los varones tienden -se trata, en todo caso, de un mero hecho probabilístico- a morir antes que las mujeres. Esta acreditada tendencia da lugar a que la viudez y sus dolores se asocien antes con ellas que con ellos. En la tratadística antigua sobre la muerte, tan señalada y aleccionadora, San Agustín encuentra una cierta carencia: no hay preceptos para las mujeres que se quedan en tierra una vez que sus maridos emprendieron el postrero viaje. En este breve tratado Agustín intenta suplir esa falta, y lo hace con sorpresas: sus consejos no son tan exigentes como cabría pensar -según la imagen más usual que se tiene del cristianismo católico-, y en modo alguno reprueban el reverdecer carnal de las viudas.
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Agustin, Santo

Este texto de San Agustín retoma y reivindica la tradición antigua de los tratados de vita beata, tan bellamente desarrollada por autores como Séneca o Cicerón. En el caso del padre de la Iglesia, la travesía que conduce a la felicidad pasa por reconocer las doctrinas fallidas, erróneas, por las que se dejó seducir en su juventud hasta encontrar en Platón el camino seguro, pero cristianizado, hacia la filosofía. El tratado desarrolla dos metáforas muy persuasivas: la del mar, en el que cabe naufragar, pero también navegar con rumbo cierto hasta un puerto seguro, la de la montaña, en la que muchos se despeñan, pero algunos, los sabios felices, logran que su espíritu repose contemplativamente.
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