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Occidente lleva tiempo sin pensar. Sobre todo, sin pensar los márgenes. Vivimos como si no existieran, aun estando siempre ahí, sujetando la vida por sus extremos.En los márgenes acontece lo imprevisto, lo que huye de la explicación, lo que se escapa de la exclusiva medida técnico- científica. Del concepto. En los márgenes acontece lo que se convierte después en una bella historia. También dramática. Una flor inesperada, un mendigo ciego pidiendo limosna...[...] Para pensar los márgenes hay que olvidarse de la nitidez del concepto. Del orden lineal. De la eficacia matemática. En los márgenes, el pensar se desarrolla en espiral, en círculos concéntricos, cada vez más amplios y cada vez más separados. Insistentes.Para pensar los márgenes hay que limitarse a esbozar pobres bocetos fragmentarios. Hay que renunciar a pretender retratos completos. Acabados. Conceptualizados. Se trata más bien de una obra siempre inacabada, inconclusa. Una obra en la que los espacios vacíos son tan importantes como los llenos y donde la composición final depende de aquellos que lo contemplan.
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«La Teología y la cultura de inspiración cristiana han estado a la altura de su misión cuando han sabido vivir con riesgo y fidelidad en la frontera» (Francisco, «Veritatis Gaudium», 5). En tensión hacia ese ideal ha de leerse este libro. Un libro que está escrito a pinceladas. Y así se ha de leer. Como se contempla un cuadro: sin querer agotarlo, sin necesidad de poseerlo en su inexistente exactitud. Estas páginas son, más bien, pinceladas, intentos que buscan aprender a mirar y a narrar para poder vivir, aunque sólo sea por un instante, del acontecer de Dios.Este libro es como un tríptico pintado a varias manos: Braque, Cézanne, Velázquez, Tiziano, Caravaggio, Fra Angelico, Picasso. También están presentes las manos de Nietzsche, Heidegger, Foucault, Giussani, Apollinaire, Marion.Son pinceladas sobre pinceladas, como hacía Rouault. Y así ha de leerse.
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