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Fontan Barreiro, Rafael
Los siglos centrales del primer milenio antes de nuestra era vieron el nacimiento de las Iberias, su desarrollo y, finalmente, su integración como Hispania enel mundo romano. Es el tiempo brillante de la protohistoria de la Península Ibérica, de la incorporación de sus habitantes al mundo mediterráneo, propiciada fundamentalmente por la colonización de fenicios y griegos, y por contactos asiduos con otros pueblos de aquella koiné. Los iberos son imprescindibles para entender nuestra historia posterior, pero son muchas las limitaciones que nos impiden profundizar en su conocimiento. Es el caso, para empezar, de la escritura: elsignario de una lengua que podemos leer, pero no interpretar. O el del misterio de unas murallas construidas no para la guerra, sino para ser imagen del poder.O el de la enigmática destrucción de muchos de sus monumentos funerarios poco tiempo después de haber sido erigidos, de lo que constituye un buen ejemplo el conjunto de esculturas mutiladas del Cerrillo Blanco (Porcuna), hoy en el Museo de Jaén. Este libro presenta al lector el estado actual de la cuestión basándoseen la nutrida bibliografía más reciente. Pero es, sobre todo, un exigente y osado intento de reconstrucción. Precisamente porque los iberos no estaban solos,debemos estudiarlos sin perder de vista a los puebloscon los que compartían tiempo y paisaje, los más conocidos por todos. Lo iberos no son, desde luego, el «pueblo pintoresco» de la periferia. Este libro pretende sacarlos de la penumbra en la que tradicionalmentese los han estado entre las culturas del Mediterráneo, y hacerlos lucir con el resplandor que merecen.
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Fontan Barreiro, Rafael
Los ejércitos del Lacio, de Roma, llegaban a un nuevoterritorio inicialmente buscado como objetivo militar. Una vez incorporado al imperio, y especialmente tras la reforma impulsada por Augusto para el gobiernoy la organización de las provincias, el propósito deRoma era ya dar forma al nuevo territorio haciendo deél una provincia dentro de su imperio y de la estructura de su administración. Para los habitantes de laPenínsula Ibérica este proceso les reportó grandes beneficios. La civilización romana supuso la consolidación y difusión del modelo social que fue capaz de producir el mundo antiguo y que constituye su aportaciónúltima a la historia de los hombres: el modelo de vida urbana opuesto al modelo rural. Los veteranos de la conquista crearon una red de ciudades que se convirtieron en focos de difusión de su modelo social: extendieron el latín y su escritura como lengua universaly vehículo de la cultura grecolatina, finalmente, establecieron unos principios económicos y unas reglasde juego en el mercado que aún siguen vigentes. De laantigua Iberia hasta la mediterránea Hispania, en unproceso de constante capilarización cultural, los caminos de Roma se ramificarían hasta vertebrar nuestracivilización. En estas páginas se habla de guerra yde paz. De la vida y de la muerte. De la vida que daba sentido a las nuevas ciudades construidas según elmodelo metropolitano, y de la muerte que tan fácilmente se alcanzaba en los campos de batalla o en los espectáculos sangrientos. Pero se habla sobre todo de permanencia, de cómo permanecen intactos los límites, las fronteras que los romanos marcaron. Para nuestro asombro. Para nuestro gozo.
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