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Cobo, José
El monoteísmo significó una ruptura con respecto a la idea religiosa del más allá: Dios se encuentra presente no como el titiritero que maneja los hilos desde arriba, sino como el Dios que retrocedió más allá de lo creado, incluso de los cielos. La paradójica realidad de Dios es que su presencia es la de un ausente, la de un Dios que no se deja asimilar como dios. Al fin y al cabo, el Dios bíblico nunca fue homologable a lo que la conciencia religiosa entiende espontáneamente por divino. La cuestión sobre la verdad de Dios puede traducirse como la pregunta por el verdadero poder: en manos de quién estamos. El creyente se dirige a un Dios que aún no es sin la entrega del hombre. No exige culto, sino respuesta hacia los más débiles. Tan solo desde la propia desnudez o desamparo podemos responder a la demanda infinita de los que fueron desnudados por un mundo sin piedad. De ahí la paradoja: los capaces de Dios no son aquellos que creen contar con el apoyo de la divinidad, sino quienes no parece que cuenten ni siquiera para Dios. La paradójica realidad de Dios es el segundo título de una trilogía cuyo primer volumen es Incapaces de Dios (Fragmenta, 2019). Cada uno de los volúmenes puede ser leído de forma independiente.
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Cobo, José
El sujeto moderno no puede tomarse honestamente en serio la creencia en una divinidad antropomórfica a la que dirigirse como a un tú, y por ello no es casual que termine decantándose por el panteísmo, cuando menos implícito, de las espiritualidades sin credo. Y es que donde Dios es el Uno-todo no hay alteridad que valga. Sin embargo, la predicación cristiana supuso en sus orígenes una crítica frontal a lo que se entiende religiosamente por Dios. Un Dios que cuelga de un madero y que depende de la respuesta del hombre a su inmolación para llegar a ser el que es no es sencillamente homologable a la divinidad que permanece en las alturas a la espera del ascenso del hombre. Un Dios que se identifica con aquel que fue crucificado como un maldito de Dios no puede valer como un dios al uso. El Dios que se revela en el Gólgota no acaba de hacer buenas migas con el dios de la religión. Es más: un Dios que no admite otra imagen que la de un crucificado en nombre de Dios es un oxímoron para el imaginario religioso. El cristianismo supone, en última instancia, una carga explosiva en la línea de flotación del barco típicamente religioso.
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Cobo, José
A pesar del aire de familia, el cristianismo no es una religión entre otras. Está más cerca del ateísmo que de una religión al uso (y acaso por eso mismo, sea la respuesta más firme al desafío nihilista). De hecho, podríamos considerar el ateísmo moderno como un hijo bastardo de la fe que proclama a un abandonado de Dios como Hijo de Dios. Pues esto se encuentra muy cerca de decir que no hay Dios. La proclamación de la muerte de Dios fue antes cristiana que nietzscheana. Y es que el Dios que se revela en la cruz es un Dios cuya voluntad fue la de no ser nadie sin la absurda fe del hombre. De ahí que el Dios que se revela en el Gólgota no termine de encajar con el prejuicio religioso, aquel que sostiene, precisamente, que Dios es con independencia de la fe del hombre. Como escribiera Bonhoeffer, «un Dios que existe no existe como Dios». Frente a las espiritualidades oceánicas de hoy en día, el cristianismo afirma que Dios no tiene otra entidad que la del cuerpo de un crucificado en su nombre. De ahí que la cuestión sea en qué sentido todavía podemos tomarnos en serio lo que el creyente espera de Dios. Anatomía del cristianismo es el tercer título de una trilogía integrada por Incapaces de Dios (2019) y La paradójica realidad de Dios (2020). Cada volumen puede ser leído de forma independiente.
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