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Gómez Urdáñez, José Luis

Las referencias a los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza en la historiografía suelen ser tan escasas como previsibles. Los pocos estudios que reparan en los monarcas, en su labor política y en su vida, comienzan todavía hoy lamentando su desconocimiento y terminan con lo más divulgado: la locura de un rey que no pudo vivir una vez muerta su mujer. El reinado de Fernando VI parece una «sala de espera» hasta que la llegada de Carlos III inició la serie de las grandes reformas del Despotismo Ilustrado. Sin embargo, la contabilidad del reinado presenta muchos aspectos positivos. No solo «el beneficio de la paz» y la restauración de la hacienda pública, sino la creación del Real Giro, la fundación de la Real Compañía de Barcelona, la puesta en marcha de la ingente encuesta para la implantación de la Única Contribución, la elaboración de las ambiciosas ordenanzas de Marina, la fundación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la construcción del Observatorio de Cádiz o la exploración del Orinoco. El libro revisa, por tanto, todos los tópicos que han caído sobre el reinado dando vida a una época poco divulgada de la historia que sostuvo un renacer de la autoestima de España como hacía tiempo no se conocía ofreciendo una serie de pistas para conocer realmente un reinado injustamente marginado.
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Gómez Urdáñez, José Luis

El siglo de la Ilustración es también el siglo de la autoridad, y eso lo expresaba muy bien la política de la cuerda tirante, metáfora usada por Floridablanca que se refería a lo conveniente de tener siempre a un ahorcado en una picota o su cabeza en una jaula colgando de la puerta de una ciudad para disuadir a pobres o presos. Esta medida se empleó para que las levas de vagos tuvieran éxito, para que los gitanos tuvieran miedo y no intentaran huir de los arsenales, para que, en fin, los amotinados escarmentaran ante esa horrorosa visión. Bajo la invocación de la máxima autoridad -que fue sacralizada-, los ilustrados pudieron aplicar universalmente la más refinada política represiva. Querían orden, limpieza, seguridad, obediencia, uniformidad de los súbditos en lengua y religión, y... mantenimiento de sus privilegios. Todos han pasado a los manuales de historia de España, sin embargo, como próceres virtuosos, pero aquí los veremos en su lado más oscuro. Ensenada, cruel con los gitanos, el duque de Alba, «hombre de tan buena fama como mal corazón», el conde de Aranda, capaz de dictar penas de muerte sin inmutarse, Floridablanca, que tenía claro que «los pobres son peligrosísimos». La crueldad se aprendía en la práctica diaria y, luego, se empleaba también contra los enemigos políticos. Cuesta imaginar, en la «España feliz borbónica», un navajazo a Floridablanca o un intento de envenenamiento a Jovellanos y quizás también a Saavedra. Hasta el reinado de Carlos IV, al menos las canalladas se hacían con refinamiento.
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Gómez Urdáñez, José Luis

El siglo de la Ilustración es también el siglo de laautoridad, y eso lo expresaba muy bien la política dela cuerda tirante, metáfora usada por Floridablancaque se refería a lo conveniente de tener siempre a unahorcado en una picota o su cabeza en una jaula colgando de la puerta de una ciudad para disuadir a pobres o presos. Esta medida se empleó para que las levasde vagos tuvieran éxito, para que los gitanos tuvieran miedo y no intentaran huir de los arsenales, para que, en fin, los amotinados escarmentaran ante esa horrorosa visión. El siglo de la revolución fue, en realidad, el siglo de la autoridad y, bajo la invocaciónde la máxima autoridad —que fue sacralizada—, nuestros ilustrados pudieron aplicar universalmente la más refinada política represiva. Querían orden, limpieza,seguridad, obediencia, uniformidad de los súbditos enlengua y religión, y mantenimiento de sus privilegios. Todos han pasado a los manuales de historia de España, sin embargo, como próceres virtuosos, pero aquílos veremos en su lado más oscuro. Ensenada, cruel con los gitanos, el duque de Alba, «hombre de tan buenafama como mal corazón», el conde de Aranda, capaz dedictar penas de muerte sin inmutarse, Floridablanca,que tenía claro que «los pobres son peligrosísimos».La crueldad se aprendía en la práctica diaria y, luego, se empleaba también contra los enemigos políticos. Cuesta imaginar, en la «España feliz borbónica», unnavajazo a Floridablanca o un intento de envenenamiento a Jovellanos y quizás también a Saavedra. Hasta el reinado de Carlos IV, al menos las canalladas se hacían con refinamiento. «Las víctimas del absolutismoque desfilan por este libro pueden serlo por los ataques de la reacción aristocrática o clerical, por losintrigantes de la Corte o por sus propios colegas ilustrados, dispuestos a la zancadilla o a algo peor pormotivos normalmente poco confesables, por aspirar alpoder, por salvaguardar su posición, por ejercitar la venganza. Eso en cuanto a las víctimas individuales, pero el autor también nos habla de las colectivas,de aquellos que sufren la miseria, que están discriminados por motivos raciales o religiosos, que están atados al duro banco de una galera (y no turquesca), que yacen en las prisiones inquisitoriales o que, comoen el caso de los gitanos, sufren una espantosa persecución y una amenaza de acción genocida por parte —nosolo, pero también— de los absolutistas ilustrados».Del prólogo de Carlos Martínez Shaw
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