4 Llibres trobats

Scaraffia, Giuseppe

A veces confundimos París con la estampa bohemia de la margen izquierda del Sena, la conocida rive gauche. Pero, en el período de entreguerras el escenario principal de la vida artística, literaria y mundana de la Ciudad de la Luz fue la otra orilla: la olvidada rive droite. Tras el desastre de la Gran Guerra, corrían vientos de revolución en las costumbres y las artes. Fueron los años de la emancipación de la mujer, de los bailes frenéticos y de la acción política, de la provocación surrealista y del nacimiento de la novela moderna. Los años de Henry Miller y Anaïs Nin, Raymond Roussel, Marcel Duchamp, Elsa Triolet, Simone de Beauvoir, André Malraux, Marcel Proust, Colette, Vita Sackville-West, Louis-Ferdinand Céline, Jean Genet, Coco Chanel, Jean Cocteau, Sonia Delaunay, Marina Tsvietáieva, Isadora Duncan, Stefan Zweig... Y de otros muchos que convirtieron la ribera derecha en el centro del mundo. Con la estructura de una peculiar guía de viaje que nos descubre un mundo desaparecido, La otra mitad de París se cuela en las calles y las casas, los hoteles y los cafés, las bibliotecas y los clubes nocturnos que habitó esa apabullante galería de excéntricos parisinos (pues todos ellos lo fueron, bien por nacimiento o por renacimiento). Y combina las cualidades que han convertido a Giuseppe Scaraffia en un preciado autor de culto: una erudición fuera de lo común, un vitalismo radical y el pulso, entre humorístico y tierno, del buen contador de historias. En definitiva, este libro no es el mero mapa de una ciudad o de un tiempo pasado, sino la representación vívida de una manera de entender el arte como una forma intensificada de la vida, y viceversa.
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Antonio Machado

Giuseppe Scaraffia elabora un incisivo diccionario con términos que van desde ?Animal? hasta ?Vulgar? pasando por ?Cigarro? y ?Satanismo?. El dandi, siguiendoa Baudelaire, es la avanzadilla del arte moderno, suaspecto más cómico y brutal. Pero para Scaraffia, querastrea su influencia hasta el siglo?xxi, es mucho más: un filósofo que nos hace replantearnos nuestra relación con los objetos y con la sociedad. ?En la sociedad capitalista, escribir y no hacer nada son la misma cosa, antes bien, el movimiento de la mano que escribe se convierte en caricatura del movimiento inherente a la producción industrial. El autor no producenada con la escritura, no crea mercancías, sino un vago centelleo.? ?Ni los honores ni el dinero atrajeron jamás a este misterioso personaje. Del mismo modoque su elegancia se expresaba mediante el menor número posible de colores y adornos, así su espíritu se expresaba en escuetas y mordaces ocurrencias, en un peculiar tono de voz y, sobre todo, en un no menos peculiar modo de callar.?
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Scaraffia, Giuseppe

Ésta es la fascinante historia de un lugar mítico y de los más de cien personajes legendarios que vivieron en él durante algún tiempo. De Antón Chéjov a Stefan Zweig, de Scott y Zelda Fitzgerald a Coco Chanel, pasando por Guy de Maupassant, Friedrich Nietzsche, Pablo Picasso, Alma Mahler, Aldous Huxley, Katherine Mansfield, Walter Benjamin, Anaïs Nin, Somerset Maugham o Vladimir Nabokov, entre muchos otros. Durante siglos, la Costa Azul no fue más que una costa cualquiera, un lugar donde embarcarse o desembarcar. De hecho, a finales del siglo XVIII los ingleses residentes en Niza eran sólo cincuenta y siete. Sin embargo, ya a principios del XX, Jean Lorrain escribía lo siguiente: «Todos los chalados del mundo se dan cita aquí... Vienen de Rusia, de América, del África austral. Menudo ramillete de príncipes y princesas, marqueses y duques, verdaderos o falsos... Reyes con hambre y exreinas sin un duro... Los matrimonios prohibidos, las examantes de los emperadores, todo el catálogo disponible de exfavoritas, de crupieres casados con millonarias americanas... Todos, todos están aquí». Sin embargo, para la mayoría de escritores y artistas, la Costa Azul era justamente lo contrario: un lugar de soledad, de creación, de reflexión, un lugar donde descansar de la gran ciudad. «La Costa», decía Cocteau, «es el invernadero donde despuntan las raíces, París es la tienda donde se venden las flores.» Todavía hoy, esa mítica postal paradisiaca no sólo nos recuerda los anuncios más sofisticados de Martini o Campari, sino también la elegante comodidad del pantalón palazzo con alpargatas (inspiradas éstas, al igual que las camisetas a rayas y el gorrito blanco, en la indumentaria de los marineros y pescadores de la zona). En ese mismo imaginario, la juventud «disipada y brillante» de Françoise Sagan y Brigitte Bardot se impone en ocasiones sobre el recuerdo de Simone de Beauvoir y sus amantes o sobre la Marlene Dietrich que leía allí mismo las novelas de su vecino Thomas Mann. Georges Simenon, con su infalible perspicacia, retrató a la perfección qué era en su época la Costa Azul: «Un largo bulevar que empieza en Cannes y acaba en Menton, un bulevar de sesenta kilómetros flanqueado por villas, casinos y lujosos hoteles». El resto aparecía en cualquier folleto publicitario: el sol, el célebre mar azul, la montaña, los naranjos, mimosas, palmeras y pinos. Sus pistas de tenis y campos de golf, sus abarrotados restaurantes, bares y salones de té.
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Scaraffia, Giuseppe

El escritor francés Jules Renard decía que la única felicidad consiste en buscarla. Su ausencia es la mayor forma de «vacío», y cada cual se ocupa de amueblar ese vacío, de llenarlo, como puede. Unos con objetos, otros con experiencias y sensaciones, incluso con eso que llamamos amor. Desde el místico hasta el aficionado a los juegos de azar, desde el guerrillero hasta el coleccionista, todos persiguen lo mismo, como sabía Somerset Maugham, «las cosas que se nos escapan son más importantes que las que poseemos». Algunos, como Voltaire, admiten que en el fondo lo único que hay que hacer es cultivar un jardín: ahí encontraremos una forma pura de la felicidad, otros la hallarán en ciertos objetos, por humildes que sean, en los que parece encarnarse la belleza. Cada cual tiene su propia receta y a menudo los más disolutos parecen los más sabios. Son muchos los que creyeron, y creen, que los grandes placeres (incluso el «simple» placer de desear) nos ofrecen la mayor forma de felicidad posible, la única forma en realidad. Hay en este libro muchas pistas y muchas citas, tanto de grandes mujeres como de grandes hombres (escritores, artistas, cineastas…). Algunos de sus placeres pertenecen ya al pasado, aunque disfrutaremos al leer sobre ellos, pero la mayoría, por suerte, no tiene fecha de caducidad. Como los besos y las bicicletas, el café y el chocolate, los viajes y las flores.
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