3 Llibres trobats
Muñoz, Jokin
Eli (o Lisa) es una náufraga. Mal que bien, ha podido sobrevivir a su deriva autodestructiva, hasta que una explosión le roba a su único hijo, Igor. La soledad que experimenta tras la pérdida es terrible, pero aún más terrible es no haber conocido a su propio hijo. Porque ¿quién era Igor en realidad?, ¿qué fue lo que lo llevó a aquel apartamento de Salou donde sólo quedó un cadáver desmembrado? Pero la vida sigue. Lisa se refugia en el trabajo, y es contratada para cuidar de un anciano y de su casa. El hombre guarda un secreto que Lisa irá descubriendo poco a poco, y que tiene que ver con un episodio de la Guerra Civil en la Ribera Navarra. A Lisa sin embargo, sus indagaciones le servirán para descubrir las claves de la vida de su hijo. Los personajes cobran especial importancia en esta novela de gran intensidad narrativa. Se trata de una emotiva galería de náufragos, los hay de veinte años, de cuarenta y de noventa. Todos ellos son marineros en tierra.
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Muñoz, Jokin
Cuando leí el manuscrito de Sin tocar el suelo, lo primero que pensé es que Jokin Muñoz había escrito una novela que reflejaba la capacidad de la literatura para reconstruirnos cuando la vida nos ha roto. Esta novela llena de belleza, ternura y algo de melancolía es una reflexión sobre el silencio y las secuelas de la violencia, sobre la transmisión -consciente e inconsciente- de la memoria intergeneracional, en este caso entre Luis y su nieta Mei, sobre la dimensión subjetiva de la lengua con la que elegimos comunicarnos, sobre el amor en todas sus acepciones, sobre el arraigo y el desarraigo, la búsqueda y la huida. Y sobre la literatura -particularmente la poesía- como la herramienta capaz de articular todo ello. A través de la vida del joven Luis en San Sebastián y Pamplona, Jokin Muñoz nos traslada a los años de la violencia, una violencia que crecía 'invisible' porque no éramos capaces de verla, una violencia que absorbió y destrozó a parte de aquella juventud que en el momento se denominaba 'alegre y combativa'. La literatura de Jokin Muñoz se caracteriza por su capacidad de crear ambientes cargados de ángulos ciegos y de silencios, por examinar cómo las grandes violencias nos atraviesan y se encarnan en violencias cotidianas y cómo la complicidad también genera daño. Muñoz escribió con extrema lucidez sobre estos temas cuando ETA estaba activa. Ahora, diez años después del fin definitivo de la actividad armada, el autor nos confronta con la memoria de ese dolor y nos hace ver, una vez más, que el daño no acaba por decreto y que sus consecuencias siguen vivas mientras siga viva la memoria del dolor. Y así lo refleja este personaje magnífico que es Luis.
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Muñoz, Jokin
Martín Gil busca a su madre en una melodía que aparece y desaparece de su memoria y a su padre entre las ajadas láminas de un herbario. Recuerda su presencia callada y huidiza en Izúrquiz, Ribera de Navarra, donde en la intimidad del hogar le transmitieron pequeños retazos de un idioma que ahora apenas llega a balbucir y que lo transportan a breves momentos de su vida. Una conferencia a la que acude en la universidad de Salamanca lo pondrá tras la pista de sus progenitores. Pablo Gil es el padre de Martín. De familia carlista, recibirá con entusiasmo la noticia del golpe de estado de julio de 1936, pero los acontecimientos que desencadenó y en los que se vio involucrado le abrirán súbitamente los ojos. Lo acompañaremos a la batalla de Belchite, una de las más cruentas de la Guerra Civil, y de sus escombros acudiremos a Zeruondo, en la montaña navarra, donde ejerció de maestro en la posguerra. Hay ocasiones en las que la defensa de unas ideas nos ennoblece. Otras, sin embargo, su defensa ardiente nos ciega y nos empuja al dogma. A morir y matar. Ante ello, caben dos opciones: cerrar los ojos y seguir sintiendo el calor del grupo, o abrirlos y contemplar la fría intemperie.
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