3 Llibres trobats
Olalla, Pedro
«Es precisamente esa otra consolación ante la vejez [?] lo que me mueve a mí [?] a dirigirte ahora esta larga misiva desde Atenas. [?] Tú has dejado claro en tu obra, al hablarnos de que las dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter yde la actitud vital de las personas, que envejecer es, en un alto grado, un empeño ético, y yo deseo ahora que reflexionemos sobre si el hecho de que nuestrasociedad esté o no organizada y facultada para posibilitar dicho empeño no hace del envejecer, también, unpropósito político». La senectud ha existido desde que el hombre existe, pero, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Cicerón, nuestras sociedades han perdido la capacidad de pensar en la vejez sin asociarla a la decrepitud. En esta carta sin respuesta, Pedro Olalla entabla un vívido diálogo con un pensador dela Antigu?edad tan comprometido con el destino de sucomunidad como él y, con ello, prueba hasta qué punto el paso del tiempo no siempre significa decadencia.
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Olalla, Pedro
Estas palabras, escritas por un hombre que espera a su hijo en un rincón perdido del Egeo, son el testimonio vívido y consciente de un escritor con sensibilidad humanística y gran conocimiento de Grecia: una insólita reflexión junto al mar sobre la singularidad y la magia de la lengua griega como exégesis del mundo, un libro heterodoxo y profundo, un relato poético y vibrante que, sin duda, cambiará en el lector su visión del lenguaje, de la historia de los griegos e, incluso, de la propia historia de la civilización. Palabras del Egeo reúne en sus páginas sorprendentes hallazgos de la antropología, la arqueología, la historia, la náutica, la genética, la geología, la mitología, la filología, la lingüística y la etimología, y nos invita a descubrirlos, con asombro socrático, hechos literatura. Un libro sobre las raíces más profundas de la civilización clásica para los verdaderos amantes de Grecia.
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Olalla, Pedro
El esfuerzo griego por construir un espacio humano donde fuera posible la justicia y donde el destino común estuviera regido por la voluntad de los hombres se vinculó desde el origen a la existencia de ciudadanos: ellos eran la ciudad y, por tanto, el Estado. Desde las osadas medidas de Solón para implicar a todos en las decisiones, el Estado nació como un orden destinado a defender el interés común frente a los intereses particulares y la arbitrariedad de las familias poderosas. Y es que, como nos muestra Pedro Olalla, «la historia de la democracia ateniense no es sino la historia del paso progresivo del poder a manos de los ciudadanos». Hoy, cuando las democracias occidentales parecen haberse alejado de este objetivo, tal vez tenga sentido rastrear infatigablemente la ciudad en la que un día nacieron los primeros ciudadanos y, con ellos, la política.
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