5 Llibres trobats
Blanchot, Maurice
La parte del fuego es una monumental meditación acerca de la creación literaria. No sólo es una colección de impresionantes lecturas de la obra de poetas (Mallármé, Hölderlin, Baudelaire, Rimbaud, René Char, los surrealistas), de narradores (Kafka, Sartre, Gide, Leiris, Constant, Miller, Malraux, Hemingway, Lautréamont) y de pensadores o filósofos (Nietzsche, Pascal, Valèry, Paulhan), sino también el renovado intento de Maurice Blanchot por responder a una pregunta cuya respuesta se escabulle en el misterio de su propio modo de ser: ¿qué es la literatura? A esta pregunta La parte del fuego, en su ensayo final («La literatura y el derecho a la muerte»), responderá con enorme gravedad: la literatura es lenguaje, el lenguaje que «lleva consigo la muerte y permanece en ella». Eso es lo mismo que también dice su título: la literatura es la «parte del fuego».¿La parte del fuego? El sentido de esta expresión francesa no es fácilmente accesible a su lector español: «faire la part du feu» significa el acto por el cual se acepta perder una parte para preservar el resto, como sucede cuando, en un incendio, ante la imposibilidad de sofocar de inmediato las llamas, se orienta el fuego en una dirección —lugar donde todo quedará consumido (la parte del fuego)—, con el objeto de que lo demás permanezca intacto y a salvo.Según la analogía de La parte del fuego, para todo lo que existe, ningún otro acontecimiento es comparable al momento en que fue susceptible de ser nombrado. El lenguaje extiende entonces su soberanía sobre eso nombrado a la manera de un incendio capaz de arrasarlo todo: todo desaparece en el habla que lo nombra, todo se apresura a hundirse en una ausencia irreparable. La literatura, que es lenguaje, prolonga ese mismo movimiento de un modo sorprendente: sus palabras, como todas, hacen la ausencia, pero ellas mismas prolongan más lejos aún su movimiento y quieren hacerse ausentes, ser esta misma ausencia. Y tal vez llegan a serlo en la obra de todos aquellos que han llevado esta labor hasta su extremo, pero con el resultado (decepcionante, pero ahí estará el misterio de su gloria) de que, en lugar de la ausencia total, una y otra vez y de múltiples maneras, sólo tienen la presencia de esa misma ausencia así creada. Es decir, la «parte del fuego» (la literatura), que es lo que desaparece, a su vez, en cuanto que apunta a lo que desaparece, es lo que no puede desparecer o, y es lo mismo, algo imposible que no puede dejar de aparecer.
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Blanchot, Maurice
Novel·la? Assaig filosòfic? Autobiografia? Deliri? 'Thomas l'obscur' és un llibre exigent, un repte per a qualsevol lector, però sobretot per al que entengui la literatura com a simple desenvolupament d'un fil narratiu, amb personatges descrits amb detall i unes coordenades d'espai i temps ben delimitades. De Thomas l'obscur, algú n'ha dit una obra hermètica, però això és un tòpic, com tots, molt empobridor. El que és cert és que, a partir d'un llenguatge condensat fins ala extrem, Blanchot suggereix més que no pas explicita. La boira inicial que acompanya Thomas (el protagonista?) mentre es banya al mar no desapareix de l'obra en cap moment. Com que no hi veiem clar, doncs, costa molt no fer-se preguntes a mesura que llegim (o quines sembla que llegim): Qui és, aquest Thomas? És mort? Qui és Anne? On s'esdevé el que s'esdevé? Què s'esdevé? O és que no s'esdevé res? És encertat considerar el llibre una actualització del mite d'Orfeu i Eurídice? O és simplement una reflexió recargolada sobre la impossibilitat de morir? Una llista d'apories centrades en la mort? Ens trobem en un remolí imparable, com els que Thomas troba quan s'endinsa al mar en el primer capítol.
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Blanchot, Maurice
Publicado como primera sección del libro titulado Faux pas (1943), De la angustia al lenguaje reúne a su vez una serie de pequeños ensayos centrados en torno ala literatura y la lengua —y sus aporías— a partir del diálogo, crítico y creativo, que Maurice Blanchot,de una forma singular y con su inconfundible estilo,establece con autores tan diferentes como son su gran amigo Bataille y el Maestro Eckhart, Racine y Blake, Kierkegaard y Proust, Paulhan y Giraudoux, sin olvidar tampoco a Leonardo da Vinci o el pensamiento hindú.
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Blanchot, Maurice
En el momento deseado es el segundo de la serie de cinco relatos escritos por Maurice Blanchot (1907-2002): La sentencia de muerte (1948), En el momento deseado (1951), Quien no me acompañaba (1953), El último hombre (1957), La espera el olvido (1962). Sin ser relatos de misterio, a todos los embarga el misterio, todos ellos se esfuerzan por contenerlo, por divulgarlo incluso. Sin embargo, como una advertencia lanzada hacia la desenvoltura de una literatura ingenuamente dedicada a contarle la verdad al lector, en tales relatos, ese misterio se da, pero no se entrega. Relatos de misterio, lo propagan, pero sin conceder nunca unas claves que lo desentrañarían (porque nadie tiene esas claves), escritos en clave de misterio, al escribirse se ponen a su altura, llegan hasta él, pero, fieles a él, se prohíben disolverlo (porque lo que ellos dicen está fuera del poder de decir). Una vez entrado en ellos, piérdase toda esperanza...No debe extrañar por tanto que ante la ínfima peripecia que se narra en El momento deseado el lector experimente un evidente desconcierto. Hay quien escribe para desconcertar al lector y, si lo hace con arte, conseguirá su aplauso. Los relatos de Maurice Blanchot traen consigo el desconcierto, pero no esperan algo distinto de él, no quieren que el desconcierto les lleve a otra cosa. Quieren y esperan ese desconcierto mismo del lector para que ellos puedan haber empezado a traerlo consigo, quedando aquél doblemente desconcertado. Entonces, el lector ha de descubrir que nunca se le dio tanto sin propiamente darle nada.¿Qué les ha podido suceder a los personajes de En el momento deseado para que el narrador en el momento de escribir acerca de los acontecimientos en los que él mismo ha intervenido no sea capaz de sujetarlos a una historia en la que hubieran podido avanzar en línea recta hacia su destino previsto de simples imágenes creadas? Ahora bien, llegados a este punto, la pregunta es otra: ¿Puede nuestra sensatez proponerse pensar la anterioridad de una imagen —que, así pensada, sería originaria— con respecto a aquello que es imaginado? Si el modo de proceder de la literatura abre el espacio para que suceda esta transición de lo imaginado a la imagen, permitiendo la elaboración de un relato donde se narre el encuentro —que, así pensado, no puede producirse en el interior del relato— con algo infinitamente anterior, con eso que por su naturaleza de imagen originaria ha de desplazarse hasta el infinito por delante de todo, hay que decir que un encuentro de esa naturaleza tendría sin duda lugar «en el momento deseado».El instante es entonces el centro ausente de este relato donde la progresiva despersonali-zación de sus personajes (un hombre y dos mujeres) los va reduciendo a la transparencia de la luz que los ilumina, a la semejanza consigo mismos que avala su condición de imágenes, a la ausencia a través de la cual se escurre una presencia que, no obstante, se resiste a desaparecer. Relato de un instante en busca del instante del relato, un relato que parece discurrir hacia un pasado cada vez más antiguo y que bruscamente, a la par de sus últimas páginas, desemboca en el presente, al acecho de la presencia de aquello que eternamente vuelve: el eterno retorno de un instante presente y ausente, el mismo y no el mismo.¿Es así posible concluir? Parece que falta el tiempo en que sea posible narrar la falta de tiempo, hasta que finalmente la falta de tiempo, ella misma, aparece. ¿Cuándo? En un punto ciego que lo sustrae todo a la mirada a la vez que él mismo se sustrae por completo, en ese instante en que se hará el «ahora», justamente con la última palabra con que se cierra el misterio de este relato: «ahora, el final».
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Blanchot, Maurice
Para muchos, Aquel que no me acompañaba (1953) es sin duda el relato más complejo de Blanchot. En él, el narrador, aquel que dice «yo» en su interior, es alguien que escribe y que, puesto a escribir, se dispone a la escucha del silencio y al encuentro de la soledad. Pero no un silencio y una soledad que fueran los suyos, puesto que, de inmediato, «yo» se descubre inmerso en un diálogo con otro («él») que le responde extrañamente con sus propias palabras, sino la soledad y el silencio que son propios de la escritura, hechos efectivos en el instante mismo de escribir. Quien escribe se halla de este modo frente a lo que Blanchot, en uno de sus ensayos más celebrados (escrito más o menos al mismo tiempo que este relato), ha llamado «la soledad esencial».Relato de la desaparición y de la ausencia de aquel que al escribir adquiere «el derecho a hablar de sí en tercera persona», que dice «yo» sólo para desaparecer, para comparecer ante su ausencia (las cuales, a partir de ese momento, no son las de uno, sino las del otro), las de «él», que en ese instante viene a ser «aquel que no me acompañaba», porque desde siempre y para siempre, con una insistencia que pone en juego el infinito, aparece en la forma de quien se ausenta de su presencia y desaparece de su aparición.La indisimulable complejidad de Aquel que no me acompañaba deriva del inagotable secreto que contiene. La brusca claridad con que en sus primeras palabras declara su propósito («Yo, esta vez, intenté abordarle») contrasta vivamente con la morosidad con que se describe el acercamiento a un acontecimiento hecho de la negación y de la resistencia a producirse.La constancia del secreto se precipita en el momento en que el «yo» que escribe se percata de que no habrá otro lugar para el encuentro que un «lugar en donde no hubiera nadie y donde yo mismo no fuera yo». Abierto ese lugar en el único espacio que lo hace posible (el de la escritura), se hace patente el secreto de una presencia que se rehúsa a hacerse presente, a darse en el presente. Presencia que es imposible traer hasta el presente y que, aunque obliga permanentemente a seguir escribiendo, se resiste a ser dicha con ninguna palabra y amenaza con hundirlas todas en el extraño silencio que reina en la inconmensurable distancia que no ha dejado de abrirse entre presencia y presente (presencia sin presente y presente sin presencia): el NEUTRO.Por eso, ante la pregunta que «él» repite con obstinación («Describa lo que ve: ¿escribe?, ¿escribe usted en este momento?»), «yo» se escabulle siempre sin poder responder, trabado en una red de negaciones que se tejen sin que se vea el momento de ponerles fin: empujadas cada vez a desprenderse de aquello positivo que las podría sostener, hundidas en el fondo de ausencia de una lejanía que nada de lo que se dijera anularía trayéndola hasta el presente.Sin embargo, todo ha de servir para despejar al fin, en las últimas páginas de este relato, una afirmación real, jovial, feliz, que se desprende en el instante del intento de la descripción, cuando el encomendado a hacerla siente que pierde lo esencial y, circundado por lo que le falta, se encamina hacia su desaparición final, allí donde lo que desparece, en cuanto que desaparece, aparece.
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