1 Llibres trobats
Unzueta, Patxo
«Un boxeador aficionado llamado Antonio Gómez Vallés, a quien llamábamos el Púgil, y que trabajaba en la huevería de mi padre, nos llevaba cada día, en bicicleta, al colegio. Nos metía a los dos en un gran cesto de mimbre, de los que entonces se usaban para llevar huevos, lo colocaba sobre la barra de la bici, y así íbamos mi hermano y yo, atravesando todo Bilbao, desde la calle Zabala hasta los Escolapios, cerca ya de la ría. Zabala. Empinada cuesta que asciende desde el puente que cruza sobre las vías del tren hasta las minas de Malaespera, a la izquierda, y el camino de los Mimbres, a la derecha. Y, más arriba, la campa de Zabala y la Media Luna, con su txakolí —había un futbolín—, Torre Urizar, San Adrián y luego Larraskitu. En unas casas queconstruyeron donde antes estuvo la campa de la Media Luna vivió hasta su muerte el poeta Gabriel Aresti. Allí lo visité varias veces en mis años de estudiante. Discutidor nato, casi siempre estaba en desacuerdo con todo el mundo. Pero a mí, que entonces era, me parece, junto con Xabier Kintana, el más joven de sus amigos, siempre me trató con cariño. A la izquierda de la calle, justo donde termina el barrio ferroviario, se abren (o abrían: pusieron una tapia) las campas de las minas de Malaespera, que enlazan, por el otro lado, con las de Miravilla, y llegan hasta Bilbao la Vieja. Los más intensos recuerdos de mi niñez están ligados a esas campas. El gato que mi tío Teófilo llevó allí en un saco para matarlo. Los cráteres en que se depositaba la lluvia. Unas rocas donde nos sentábamos a merendar. A mortadela es el sabor que se me sube a la memoria si cierro los ojos».
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