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Gógol, Nikolái
La visión ácida y crítica que Nikolái Gógol (1809-1852) tenía de la Rusia del zar Nicolás I, puesta de relieve en sus Historias de San Petersburgo -entre las que se cuentan relatos tan célebres como «La nariz» y «El abrigo»- y más aún en su novela Almas muertas (ambas publicadas en esta colección), encuentra quizá su más acerada y universal expresión en El inspector, obra que en su primera representación en 1836 dejó conmocionada a buena parte del público asistente. En este peculiar retablo de las maravillas ruso, el rumor de la visita de un inspector a una pequeña ciudad del Imperio deja al descubierto todas las miserias y corruptelas de una sociedad en la que, a falta de cualquier instancia de control, el envilecimiento y el cohecho se convierten en normalidad. Como todos los grandes retratos de la naturaleza humana -y merced a la suma capacidad de adaptación a los cambios sociales, políticos y económicos a ella inherente-, la obra y su vigencia traspasan el tiempo y las fronteras. Completan el volumen unos valiosos apéndices, entre los que destacan el fragmento de una carta del autor, así como una pieza titulada «A la salida del teatro», que retratan (en el caso de esta última, verosímilmente) la repercusión inmediata de su estreno.Traducción de José Laín Entralgo
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Gógol, Nikolái
La presente antología incluye algunos de los relatos del libro «Veladas de Dikanka» (1831-1832) y de «Historias de San Petersburgo» o «Novelas breves peterburguesas», historias comprendidas entre 1835 y 1842. La influencia de Gógol fue decisiva en escritores como Yevgueni Zamiatin, Mijaíl Bulgákov, Andréi Siniavsky, hasta los más clásicos, como Antón Chéjov y León Tolstói, entre otros. Pero no hay que soslayar su influencia en la literatura francesa de fines del siglo XIX: relatos del corte de «Carta de un loco» o «El loco», de Guy de Maupassant, no podrían completar su significación de lectura sin el antecedente de escritura de «Diario de un loco», incluido en esta selección. Gógol, trabajando diversas formas narrativas, como la novela, el relato y el cuento, cumple un papel fundamental en la consolidación de la prosa en la literatura de su país. El primero de estos «Cuentos de Rusia», «La feria de Sorochinetz», nos sirve como ejemplo, ya que muestra una trama que explora las tradiciones populares y folklóricas ucranianas basadas en el registro oral, así como las derivaciones del teatro de marionetas. Se trata del denominado «realismo grotesco» (que va al límite de la tensión en el uso de la desproporción y el desborde), una deslumbrante mixtura de componentes de las leyendas, las secuencias de actos de comedia, la canción y el proverbio popular como género, la amplitud de las impresiones y recuerdos de la infancia, las escenas de vida campesina y las costumbres pueblerinas encarnadas en supersticiones y creencias. Todo esto es lo que hace de Gógol un escritor único e imprescindible.
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Gógol, Nikolái
Un pequeño terrateniente, Pável Ivánovich Chíchikov, se dedica a comprar campesinos muertos para registrarlos como vivos y conseguir así las tierras que se concedían a aquellos que poseyeran un cierto número de siervos. Gógol utiliza este argumento como pretexto para ofrecer la versión más cruda y detestable del ser humano, logrando que esta obra, publicada por primera vez en 1842, sea un clásico con una vigencia formidable en nuestro mundo actual. Alberto Gamón ha realizado un impresionante trabajo gráfico que ahonda en el texto de esta edición, con nueva traducción de Marta Rebón. «Las almas muertas es el texto de ficción que inaugura la formidable tradición de novelistas eslavos. Luego vendrán, con nuevos bríos, Turguénev, Dostoievski, Tolstói, Gorki, etcétera. Todos reconocieron la maestría de Gógol, demostrada también en el versátil género del relato corto, como asegura la frase de Dostoievski: “Todos hemos salido de El capote de Gógol”». Carlos García Gual, El País
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