3 Llibres trobats
Calaciura, Giosuè
Desde hace veinte siglos se especula sobre los años oscuros de Jesús, aquellos que la Biblia no cuenta, desde su adolescencia hasta sus treinta años. Muchas veces esas hipótesis responden a una limitada perspectiva teológica: un Jesús embellecido por un destino que ya conocemos, ser el hijo de Dios. Pero ¿y si todo fuera a la vez más complejo y hermoso, más humano? ¿Y si el vía crucis de Jesús, como el de cualquier vida atenazada por el dolor, la desesperación y el abandono, hubiera comenzado mucho antes? Con una prosa soberbia, precisa y agria, y una imaginación profundamente emotiva, Giosuè Calaciura escribe la probable novela de formación de un antihéroe que a veces es un mendigo que alcanza la libertad a través de la desposesión, a veces un bufón y un cínico, el hijo abandonado por su padre, un Jesús enamoradizo que se prenda de las mujeres fuertes, de las repudiadas. A ratos evangelio apócrifo, a ratos leyenda mitológica y cuento de hadas, la novela nos presenta a un Jesús unamuniano, nietzscheano, algo nihilista, escéptico, incluso ateo, un Jesús que no pone la otra mejilla, que no sabe hacer milagros, que no cura las heridas y que recuerda a Telémaco, pero también a su padre, Odiseo, a Edipo y, cómo no, a Pinocho. Como en un eco mágico y solemne, los personajes de Yo soy Jesús son a la vez leyenda y desconocidos, nuevos y más vivos: María, el Bautista, Barrabás, Judas, Ana. En efecto, Calaciura trabaja como pocos allí donde historia e imaginación se unen para alumbrar una altísima literatura que devuelve el mensaje subversivo, y demasiado humano, de quien, lejos de ser Dios hecho hombre, fue un hombre vulnerable a quien se convirtió en Dios.
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Calaciura, Giosuè
Un recién nacido aparece abandonado en el último asiento del tranvía número catorce. Es Nochebuena y el vehículo surca cual cometa las vías hacia la periferia de una ciudad sin nombre. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Qué va a ser de él? Tal vez por caridad, por improvisación o por locura, alguien ha decidido confiar al niño a los brazos del mundo. Y el «mundo» que lo acompaña en ese primer viaje de su vida es esa parte de la existencia a la que no se le suele prestar atención, la mano de obra de la pobreza: un vendedor ambulante de paraguas, una joven prostituta africana, un muchacho negro sin papeles o un mago inmigrante que ha perdido la memoria. Un pesebre espontáneo y desharrapado que bien podría haber sido imaginado por Vittorio De Sica, y cuyas «figuras» considerarán que la aparición del niño es digna de un verdadero redentor: no descartan la idea de que aquel niño perfecto y perfumado de naranja no haya llegado por casualidad a ese lugar insólito y en ese día señalado, que no sea una posibilidad de salvación. A la guisa de un Dickens del siglo XXI (y como ya hiciera de manera magistral en «Los niños del Borgo Vecchio»), Calaciura pone en primer plano las vidas minúsculas de esos llamados, en palabras de Eduardo Galeano, «los nadies», los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados: unas vidas huérfanas de todo y libres del vicio de la riqueza, pero también poseedoras de una resolución invencible. Su escritura nos sitúa en una atmósfera de fábula en la que la crudeza y el lirismo dan lugar a una prosa repleta de hallazgos que mueven y conmueven, que arrullan y arrollan al lector: un autor que comprende y recrea como pocos las dificultades de tantos para estar en el mundo.
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Calaciura, Giosuè
Borgo Vecchio, el barrio de Palermo en el que se desarrolla esta novela, está formado sólo por un puñado de calles estrechas en el corazón de la ciudad, pero contiene todo su carácter, oscuridad, violencia y belleza, contiene los vicios y las virtudes de la gente pobre. En este entorno geográfico y moral viven Mimmo y Cristofaro, amigos fraternales, compañeros de clase y cómplices, Carmela la prostituta y Celeste, su hija, que lleva el color del perdón en su nombre, Totò el ratero y su legendaria pistola guardada en el calcetín, que es objeto de admiración de todos los niños... Por un lado está el mar, con su viento, que mezcla los olores y lleva la fragancia de la carne a los hogares de aquellos que nunca comen carne, por otro, la gran ciudad, con sus tiendas, señoras adineradas, sus leyes y sus guardianes. En los callejones, el olor a pan horneado recorre el barrio como si tuviera vida propia y despierta el asombro y la capacidad de soñar de sus habitantes cada día. Cruel y tierna como una fábula de resonancias bíblicas, el tono poético e irónico del narrador devuelve a esa cotidianidad marginal la fuerza sorprendente de los cuentos de hadas. Todo parece fruto de la imaginación en esta historia fascinante, sin embargo, en su lenguaje, su ritmo y sus pulsiones humanas predomina la verdad.
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